
Hoy es martes de campo: una fiesta de "prao" que celebramos aquí, un buen motivo para librarnos del curro/estudio con la excusa de comer el bollo preñao. Como toda fiesta que se precie tiene su
historia y, por supuesto, hay misa, misa de 10 que me tocó tragarme en la Balesquida [una minicapilla justo delante de la catedral, que será todo lo mini que quieras; pero tiene un día para ella solita] porque tenía que cantar con la esco. Al margen de que cantáramos más alto ó más suave, los balesquidiñanos nos obsequiaron con un mega vale por un bollu preñao (no era el bollu que yo me esperaba, snif). Felices y contentos nos fuimos a por nuestro premio y, después, nos separamos. Cada uno a pillarse una cogorza en el prao que mejor le pareciese. Yo marché con unos amigos de coro a dar, por así decirlo, una minivuelta. Charlamos, nos reímos e hicimos el canelo como siempre. Uno de nosotros [concretamente
este] decidió que tenía hambre y que iba a probar el bollo. No habia dado ni dos bocados cuando se giro hacia su superhermana (es que su hermana mola mogollón. Y él también, que conste) y le dijo "no te va a gustar, sabe algo picante"; más o menos con esas palabras. El cuento ahora terminaría con la chavalina tirando el bocata, dándoselo a su hermano o decidiendo que se lo daría a sus padres; pero no, lo que hizo la rapazina fue de quitarse el sombrero. Y es que de la que pasábamos cerca del local de ensayos nos encontramos con un indigente que suele sentarse al lado de nuestra puerta; un chaval relativamente joven y con una sonrisa eterna; y la chiquilla se le acercó y le dio el bollo. Así sin más, sin necesidad de grandes aspavientos y majestuosidades, sin subirse a ningún púlpito ni amenazar a nadie con el fuego eterno del infierno, nos dio a todos una tremenda lección. Hoy mi blog va por ti y por ti me quito el sombrero. ¡Ole!